domingo, 22 de marzo de 2009

Costumbrismo en su más pura esencia

Getafe es por tres meses el álter ego del Siglo de Oro español. Se está celebrando el XVI Festival de Teatro Clásico y XVIII de Música Antigua y Sacra.


Como bien podría versar el refranero español “marzo mayea” en el municipio y sus gentes hacen lo propio. Las terrazas se llenan y las calles se avivan. Por unos meses, Getafe se torna noble, oscuro, pícaro, costumbrista y prolífico, muy prolífico. Un hecho que no pasa desapercibido en el resto de la Comunidad de Madrid que, tras el amplio proyecto de comunicación que desarrolló la Delegación de Cultura del ayuntamiento local el año pasado, este año se apunta una participación de 150.000 personas.


No hay crisis cuando se trata de cultura. “Es el mejor momento para desarrollar la imaginación y buscar nuevos recursos para dar mejor calidad que la del año pasado. Y por ello, este año tenemos una programación exquisita”, asegura Estefanía Ventura, asesora técnica del festival, cuando le pregunto sobre la posibilidad de que la producción y participación del festival se vea afectada por la delicada situación económica.


La apertura del festival la ha amenizado la nueva adaptación del novel director Juan Diego Botto de la obra de Shakespeare, “Hamlet”. “Fuenteovejuna” de Lope de Vega, “La vida es sueño” de Calderón de la Barca, “El mercader de Venecia” de Shakespeare, son otras de las obras que comparten protagonismo durante los meses que dura el festival. La finalidad es captar el interés de jóvenes y adultos por una faceta del teatro desconocida, trabajando con puestas en escenas coloristas e innovadoras, y adaptaciones que acerquen al público más joven.


“Getafe es un pueblo que participa mucho de las actividades culturales. La gente mayor no pregunta, viene a todo”, comenta Estefanía, y añade “el mercado, por su parte, trata de sacar el teatro y la música a la calle. Además, intentamos que la programación tenga, durante esos días, un tono familiar o infantil que no tiene el resto de los días”.


Entre los callejones del mercado barroco, escucho: “tienes que prometerme que cuando abra mi mano tú vas a tener la boca muy cerrada”. Un mercader de libros en miniatura está pactando con un niño. El pequeño asiente y el viejo le muestra un libro –es el libro más pequeño del mundo- cuya lectura requiere del uso de una lupa. “¿Cómo escribe usted esos libros?”, le pregunto intrigada. “Eso no se lo puedo decir, señorita. Es un secreto”. Es la charlatanería española, qué dulce tradición.


Grupos de teatro se entremezclan entre los visitantes y representan su papel, invitando a los presentes a un viaje en el tiempo. Junto al Teatro García Lorca se levanta una exposición de instrumentos de tortura. Nada es poco para descubrir los entresijos del Siglo de Oro español.


Más adelante, me llama la atención un puesto abarrotado de gente. Un chico de treinta años utiliza un soplete para dar forma a un jarrón de vidrio. Como puede, el joven eleva la voz para hacerse oír entre los presentes. “Es un trabajo muy traicionero, cualquier soplo de aire puede deformar la figura”, explica el tendero. Estefanía estaba en lo cierto cuando nos contaba que el mercado barroco tiene una finalidad didáctica indiscutible: “tratamos que niños y mayores disfruten y aprendan cómo se vivía en otra época”.


El bullicio se triplica al alcanzar el paseo de la Estación. En los callejones, el olor de las esencias es absorbido por el aroma de la carne recién asada. Es la España del bodegón y el costumbrismo. A mi paso, descubro manjares a gusto de todas las clases. Un barril lleno de pulpos sirve de escaparate parala primera taberna. Justo enfrente, las últimas brasas de una barbacoa dan a luz a infinitos pinchos de carne. Cerveza y vino por doquier. Y cómo no, rosquetes, tartas, galletas, bollos… inevitablemente, se me abre el apetito.


Mientras espero en una de las colas, se abre camino el pasacalles. “¡Señorita, señorita! ¿Me concede usted este baile?”, grita un patilargo abalanzándose sobre una joven que engulle un muslo de pollo. La moza sonríe avergonzada, y el espectáculo continúa unos metros más allá.


Es la caricatura más pura de una sociedad dividida en clases, entre los que aparentan y los que piden limosna; entre las rencillas amorosas y las relaciones de poder; entre la brujería y el arte. Un homenaje a la literatura española que ha alcanzado su máximo esplendor en el municipio madrileño.

2 comentarios:

  1. En el fondo, seguimos siendo un país de comediantes y pícaros...

    Pero, ¿cuándo fue eso un problema?

    Gran crónica!! Un abrazo

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  2. A mí también me gusta mucho tu crónica, es muy entretenida. Yo estuve en el Mercado Barroco el año pasado, éste me pillo mal de fechas... una lástima, la verdad, porque está muy bien montado. Además, en mi pueblo también se hace un festival similar, y el mercado siempre fue mi evento favorito. Ahora que no puedo ir nunca porque coincide con exámenes, es una alegría tener algo parecido aquí.

    Pilar

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